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lunes, 8 de diciembre de 2008

LA ABUELA DE IVAN Y SU DESVAN


La abuela de Iván, toda la vida había tenido una manía: ¡guardar los trastos que habían usado y disfrutado en familia!. Para ellos había un lugar especial: el desván de la casa.
Iván era un niño de diez años, que se pasaba los veranos en casa de los abuelos paternos. Éstos tenían una casa grande y solariega donde había un jardín precioso con rosales, parras donde nacía rica uva, un pino, un limonero y algún que otro frutal. Esta casa era una de las muchas que componían un pueblecito pequeño, donde los vecinos procuraban no ensuciar sus calles, y además, cuidaban entre todos los jardines que en él había. En este pueblo crecían tanto los árboles, que lo cubrían todo y había tantos, tantos, que cuando los conductores pasaban por la carretera que bordeaba el pueblo, creían que aquello era un bosque. Pero no, no era un bosque, era un pueblecito hermoso y muy fresco para pasar allí las vacaciones de verano.
Como niño curioso que era Iván, sabía todos los rincones de la casa de los abuelos, bueno, todos no, había una puerta en lo más alto de la casa de los abuelos, que siempre estaba cerrada y que para él encerraba cosas misteriosas.
El hecho de no haber visto nunca el contenido de la habitación, le despertaba curiosidad...
-¿por qué estará siempre cerrada bajo llave esa habitación?. ¿Qué encerrará allí la abuela?
Cuando le solía preguntar a la abuela sobre las posibles cosas que había en esa habitación misteriosa, la abuela contestaba:
- Hay historias de amor; recuerdos; sueños ; infancia superada...
- ¿Qué querrá decir la abuela con todas esas palabras?.... sueños... infancia superada....
Iván no entendía nada de nada y todavía se hacia más lío en la cabeza.
Cada noche cuando se iba a dormir, se hacía el siguiente propósito:
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- Mañana vigilaré a los abuelos para ver donde esconden la “llave misteriosa”. Iré tras ellos en todo lo que hagan. Tengo que enterarme que hay dentro de la habitación misteriosa....
Era tanta la curiosidad que tenía Iván, que a veces soñaba por las noches que en casa de los abuelos había un tesoro.
A mitad de verano llegó a la casa su hermana Sofía. Esto le complicaba más su idea inflexible de descubrir lo misterioso de la casa. A pesar de que como hermanos tenían alguna que otra discusión, si era cierto que se querían mucho, lo que pasa es que Sofía era más pequeña que Iván y siempre le seguía a todas partes cuando no iban al colegio. Partir de ahora, en vez de vigilar Iván a los abuelos en todos los movimientos que hacían durante el día, sería a él a quien le seguiría su hermana, y eso era un fastidio. Tener detrás a su hermana Sofía era un tostón para Iván.
A la hora de la siesta de un día de Agosto, Iván se levantó de puntillas sin hacer ruido mientras todos estaban descansando, y se dirigió al piso de arriba para ver si conseguía un descuido de la abuela y se encontraba con que la llave de la puerta estaba puesta, o bien que se hubiese cerrado la puerta en falso.
Con mucho sigilo, se dirigió hacia las escaleras de madera con las zapatillas de deporte en la mano y, despacito de puntillas, fue subiendo escalón por escalón sin hacer ruido ni siquiera para respirar. Cuando llegó frente a la puerta del lugar que a él le parecía misterioso, vio que aparentemente estaba cerrada, pero colocó su palma de la mano sobre el pomo, porque tenía el presentimiento de que era un cierre en falso. Dejo sus zapatillas en el escalón y...
- ¡EUREKA!
Sintió un latido fuerte en su corazón y una alegría inmensa al ver que al apoyar su mano en el pomo de la puerta, ésta cedió y se abrió de par en par.
- ¡Aja!, esto es un mundo divertido y diverso...
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El orden de las cosas no era muy atractivo ante sus ojos, pero sí la multitud de cosas que allí había. Para él, esto era como haber encontrado un tesoro.
¡Había conseguido su objetivo!.
Siguió andando con mucho cuidado entre las cosas que allí había, para hacer un primer reconocimiento por todo ese territorio desconocido para él.
Con el fin de que no lo sorprendieran, cerro la puerta con mucho cuidado desde dentro y pensó:
- ¿por dónde empiezo?...Bien, comenzaré por la parte izquierda que es la que está más lejos de la puerta de entrada.
Allí había un diván tapizado a cuadros azules, verdes, rojos y amarillos.
- La verdad que está bien cuidado. –Se dijo a sí mismo -.
Un poquito más separado, un gran espejo con marco de madera en color rojo. Al lado del espejo y haciendo de tope para que no cayese al suelo, había un baúl con unas chapas en las esquinas que parecían de oro y con el cierre a juego.
- No lo voy abrir ahora, debo ver todas las cosas sin tocar nada - se dijo Iván -.
Más al centro de esa habitación había una mesa con un tocadiscos, una radio, una máquina de escribir, y también había una caja de zapatos con muchos papeles escritos y doblados todos a la misma medida.
- ¿Quién escribiría en ésta máquina tan extraña? ¿Por qué tiene un papel enroscado?. Iván se hacía montones de preguntas.
Detrás de la columna central, había un caballo de cartón que estaba clavado en una plataforma de madera que tenía ruedas...
- ¡uff, que lástima que estén durmiendo! – esto lo decía porque se moría de ganas de hacer una carrera con aquel caballo grande que estaba allí-.
A Iván se le hacía tarde en cuanto que la siesta en casa de los abuelos era de una hora aproximadamente, y él ya llevaba una hora mirando todo.
Como no quería levantar sospechas, cogió nuevamente en sus manos las zapatillas
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de deporte, abrió la puerta con sumo cuidado, se colocó un peldaño más abajo, y cerró acompañando la puerta con la mano suavemente hasta que quedó ajustada, evitando de esa forma hacer ruido. Después, conteniendo la respiración, se dirigió a la habitación donde normalmente le obligaban a hacer la siesta y allí se acostó simulando un placido sueño.
Cuando el sol ya no quemaba tanto, era la hora de levantarse de la siesta. El abuelo los llamó para que se levantaran a merendar.
Cuando estaban merendando, Sofía le confesó en voz muy baja, que le había visto irse de puntillas con las zapatillas en la mano y luego le había visto volver de igual manera.
- ¡Sopla! –exclamó Iván-
Ahora se encontraba con el problema de haber sido visto por su hermana; menudo problema se le presentaba conociendo como era para guardarle secretos... Si le contaba donde había estado, se lo diría a la abuela y nunca más podría volver a visitar ese espacio misterioso que estaba por descubrir. Si no se lo decía, en cuanto le hiciera alguna jugarreta Iván, tendría motivos Sofía para jugar la baza de contar que Iván no dormía la siesta, y si no dormía la siesta en la cama ¿dónde iba Iván a esa hora?. Bueno, para solucionar ese intríngulis Iván le dijo:
- He tenido diarrea y he pasado todo ese tiempo en el lavabo. No quería despertar a los abuelos
- ¿cómo? -Contestó la abuela que en ese momento le escuchó-. Ahora mismo te vas a tomar la infusión de hierbas que curan la diarrea.
¡En menudo lío se había metido Iván con eso de la diarrea!
Pobre Iván, antes de que le diera tiempo de hincarle el diente al bocadillo de nocilla que tenía entre sus manos para merendar, la abuela se lo sustituía por una taza de un brebaje que desprendía un olor insoportable para él.
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Iván cerró los ojos y pensó:
- Tomaré el brebaje este pero no le diré a Sofía ni a nadie donde he pasado la hora de la siesta.
Durante cuatro días tuvo que soportar la dieta que le presentaba la abuela. Era una dieta que le costaba mucho sacrificio tragar, pero que todo lo hacia por no hacer partícipe a Sofía del secreto que tenía.
En este período de tratamiento de la diarrea, los abuelos planearon hacer una excursión al huerto montados todos en las bicicletas, para recoger un poco de verdura y algo de fruta para las necesidades de la casa. Por supuesto que cada uno tenía su bicicleta con su cesta correspondiente.
Iván les dijo:
- Yo me quedaré en casa descansando porque cuando pedaleo la bicicleta me duele todavía la tripa.
Ignoraban todos que eso era una excusa, una estrategia que iba a poner en marcha una vez se encontrara solo en casa. Fue pues la excursión al huerto la mejor oportunidad para Iván. Una vez emprendieron la marcha hacia el huerto, el abuelo, la abuela y Sofía, Iván aprovechó para subir al desván y comenzar su investigación particular por aquel lugar. Se sentó en el diván a cuadros; se miró en el espejo e hizo mil y una postura. Se miró de cerca; se fue un poco más lejos; se miró el perfil... en fin, a través del espejo encontraba posibilidades de que algún día podría ser artista.
Después de estar un buen rato haciendo mímica y guiños al espejo, corrió a montarse en aquel caballo de cartón.
- ¡aupa!.
Se montó en el caballo, y una vez arriba sentado, se dio cuenta que los pies le llegaban al suelo y que éstos podían hacer la función de las patas del animal. Pues bien, haciendo un relinche perfecto, comenzó un recorrido por todo el desván.
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Se divirtió de lo lindo haciendo sus carreras de lado a lado del desván levantando polvo como si se tratara de una huida por el camino de la polvorosa. Después de todo el recorrido, tuvo mucho cuidado en dejarlo para que ocupara el mismo lugar donde se encontraba al principio. No quería que notasen que alguien había estado ahí.
Después de tanta carrera a caballo decidió abrir el misterioso baúl y cual fue su sorpresa que estaba lleno de disfraces y de accesorios. Había sombreros, espadas, antifaces, botas, cananas.. tantas cosas, que bien se podría hacer una buena representación teatral con todo ello. Mientras lo descubría se le iban ocurriendo ideas y posibilidades para dar vida a personajes de teatro y cuentos. Allí arrodillado frente al baúl estuvo mirado y pensando en que algún día podía tener la oportunidad de lucir esas vestimentas. También se preguntaba de quien podían ser.
- Bueno, lo mejor de todo es que estoy conociendo los secretos de la abuela.
Mirando y mirando, llegó a la mesa colocada casi en el centro del desván. Allí estaba la máquina negra que tenía enrocado un papel. Se acercó y vio que había un escrito que comenzaba así:
“Amor, para mí tú has sido siempre maravillosa. Tienes unas cualidades que me impresionan y que siempre admiraré hasta el fin de mis días.
Tengo tanto que agradecerte...
Me has dado tu juventud, tus risas, tus carcajadas, tus palabras de aliento, tu ternura... Hemos compartido todo. Eres mi alegría diaria. Siempre te quiero Amor”.
Iván se quedó sin aliento. Quería adivinar quien escribió eso y a quien iba dirigido. Su curiosidad y el azar, hicieron que sus manos fueran a parar a la caja de zapatos que había detrás de la máquina de escribir. Allí encontró más escritos. Había poemas, cartas de amor, diálogos para teatros, frases... era una caja llenita de amor y de creatividad literaria.
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Desde aquel instante, Iván empezó a comprender el mundo de los mayores...
- Yo me estoy haciendo muy mayor- se dijo así mismo -.
Ya habían pasado aproximadamente tres horas, cuando oyó bullicio en el jardín y tuvo que abandonar el desván, así que cerró la puerta y bajo corriendo a tumbarse para simular que había estado descansando en el sofá de la sala.
Los días de vacaciones iban cada vez menguando, así que tenía que aprovechar para saber lo máximo de aquel territorio nuevo para él.
Una tarde cuando Iván y Sofía estaban juntos jugando, a Iván le asaltó la duda de decirle o no decirle la verdad a su hermana, pero se retraía porque la veía muy infantil. Quizá lo que él había descubierto era un lugar prohibido para ella. Iván jugaba con la ventaja de lo que había descubierto y con la realidad de Sofía, -la veía demasiado pequeña- y esto era un aspecto que correspondía a una persona que se hacía mayor.
Un día en el desayuno, la abuela les comentó:
- Se acerca el cumpleaños del abuelo y quiero regalarle una fiesta familiar en el jardín, donde todos participemos y disfrutemos de ella.
Tanto Iván como Sofía se prestaron para ayudar a preparar la fiesta sin que el abuelo se enterase.
Iván hacía sus escapadas al desván a hurtadillas, sin que nadie lo viera. Allí se disfrazaba y allí se quedaba leyendo aquellos escritos tan bonitos que ignoraba quien los había escrito. En una de las ocasiones, se disfrazó de don Juan Tenorio, cogió un poema de los que había escritos en la caja de zapatos, y comenzó a declamar delante del gran espejo del desván. Le gustó como quedaba, y pensó que sería mejor que todo aquello lo pudiera disfrutar también su hermana Sofía, aunque tenía un montón de dudas en su cabeza...
- Se lo digo, no se lo digo... es demasiado pequeña... uff!, que lío tengo –se dijo

haciendo un movimiento con la cabeza-. .
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Por fin, a la hora de la merienda salieron al jardín, y decidió contárselo todo a Sofía. Ella se quedó boquiabierta, no creía lo que le decía su hermano. Prometieron no decir nada a nadie e hicieron un pacto entre los dos:
Cada día hasta el cumpleaños del abuelo, deberían subir al desván para preparar una sorpresa dedicada para todos, pero muy especialmente para el abuelo. Así lo hicieron, y el día de la fiesta por la mañana, como habían llegado de la ciudad los padres de Iván y Sofía, les pidieron que les preparasen un pequeño escenario a un lado del jardín. Los papás accedieron a la petición y colocaron un pequeño escenario con farolillos, banderolas, globos de colores y una pancarta que confeccionaron entre los cuatro y que ponía lo siguiente:
Gracias por compartir tu vida con nosotros, GRANDULLÓN.
Esta pancarta iba dirigida al abuelo que seguramente se emocionaría al leerla.
Para comer, la abuela preparó delicias de todo tipo, bebidas con sabores de frutas, pastelitos y para la hora del café...
¡SORPRESA!
Subió al escenario Sofía y anuncio lo siguiente:
- Querido público, tengo el gusto de presentar ante todos ustedes, al artista más artista de todos los artistas. Con ustedes... Iván interpretando: el desván de Iván
Por detrás del escenario tenía preparada la ropa Iván, que le dio tiempo a cambiarse mientras su hermana Sofía hacía la presentación, así que salió al centro e hizo un saludo doblando su cuerpo hacia delante. Todos se quedaron sorprendidos al ver la indumentaria que llevaba Iván. ºPantalón negro de satén, camisa con chorreras, capa negra forrada en color rojo, sombrero de tres picos, unas puñetas de ganchillo que parecían a las de un magistrado, y zapatos con unas hebillas grandotas.
Todos guardaron silencio y fue entonces cuando empezó a declamar versos que había encontrado en el desván. Fue desgranando versos con poses teatrales y aire de artista consagrado.
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Una vez acabó de recitar, todos aplaudieron mucho, pero el que más aplaudió y el que se quedó sólo mucho más rato, fue el abuelo, tanto y tanto aplaudió, que las manos se le quedaron rojas y calientes, tan calientes, que incluso le picaban.
Iván bajo del escenario y fue a felicitar al abuelo, éste lo abrazó y le susurro al oído:
- El traje que llevas es de tu papá cuando era niño. Lo utilizó en una obra de teatro que hizo en su colegio. Lo que has narrado, lo escribí yo para la abuela.
Iván notó mucho calor en la espalda y el pecho. Cuando el abuelo le soltó del abrazo, le dio un beso en la frente. Después, Iván fue hacia su mamá para contarle lo que le pasaba. Ella le dijo bajito:
- LO QUE TE PASA ES, QUE EL ABUELO TE HA LLENADO DE AMOR.
Fue entonces cuando logró comprender lo que le dijo la abuela sobre el contenido que tenía el desván:
- Hay historias de amor;
- Recuerdos;
- Sueños;
- Infancia superada...
Iván comprendió en aquel instante, por qué la abuela no tiraba nada. Era imposible tirar el AMOR.

GARITONA
Cuento registrado en:
REGISTRO GENERAL DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL DE BARCELONA CON EL NÚMERO: B-2179-05, asiento: 02/2005/5125

1 comentario:

nena morena, tequila y ron. dijo...

Me gustó tu cuento, Iván siendo un niño amado, no percibía que el amor existe en otros seres. Si un niño vive rodeado de amor, aprende a gozarlo, convivirlo y brindarlo. Originalmente le movió la curiosidad (al fin niño), pero al esmerarse por preparar su presentación junto con su hermanita, al confiar a ella su secreto, todos estos actos fueron expresiones de amor. Felicidades Garitona, si me pareció un poco largo para el blog, pero si a uno le gusta leer... eso es lo de menos. Nena morena, tequila y ron.